Hay materiales que acompañan sin imponerse.
La madera fue, desde el inicio, ese silencio noble entre nuestras manos.
Podríamos haber elegido metales, plásticos o mezclas industriales. Pero buscábamos algo más:
una materia viva, imperfecta, cálida, que hablara el mismo idioma que nosotros.
Cada veta es un mapa. Cada nudo, una historia.
Y en su simpleza, encontramos un lenguaje propio: honesto, cálido, lleno de identidad.
No la tratamos como recurso. La contemplamos.
Y cada pieza que nace, más que un producto, es una pequeña conversación entre naturaleza y pulso humano.
Trabajar con madera fue una decisión estética, filosófica y espiritual.
Porque si el ritual empieza por el tacto, que sea con algo que respire.